Eran las 5:20 de la mañana y la luna, un poco escondida por detrás de algunas nubes intrometidas que intentaban ocultar su brillo, con su belleza inigualable seguía a brillar afuera, cuando mis ojos deciden despertar.
Me doy vueltas y mas vueltas por la cama… de un lado para el otro paso algunos minutos, buscando por debajo de mi almohada y por debajo de mis frazadas mi sueño perdido.
Al buscarlo insaciablemente y no encontrarlo, bajo hacia la cocina para buscar algo que calle los gritos de mi pobre estomago vacío, que desesperadamente me pide por comida. Abro la heladera, pero nada me agrada. Abro la estante, tampoco! Hasta que por fin, después de tanto buscar, encuentro un rico pan dulce que parecía estar escondido esperando por mí. En ese momento pude oír los ángeles cantando: “Aleluya!”.
Después de saborear el pan dulce de los Dioses, me acosté nuevamente en mi cama calientita y busqué una posición confortable para por fin poder cerrar mis ojos y dormir. Mientras seguía buscando el sueño, que en algún momento de la noche perdí entre medio a tantas frazadas y almohadas, escuchaba el viento que soplaba muy fuerte por entre medio las hojas del inmenso árbol que adorna mi ventana. Desde mi cama miré hacia fuera y por los pequeños espacios que los árboles me dejaron, pude ver un pedacito de azul del cielo. La luna, tan esplendida, ya se había despedido para que el sol, muy tímido, pudiera empezar su tan esperado espectáculo.
Curiosa me levanté, otra vez, para mirar por la ventana. Miré hacia el cielo y vi una pequeña nube bien blanquita, que más parecía un pedacito de algodón, corriendo por el cielo, soplada por el viento que parecía ayudar a la perdida nube a encontrar su camino lo más rápido posible. En el infinito azul del cielo, vi una única estrella, que seguía adornando el cielo con su brillo intenso. Una estrella curiosa que parecía estar ahí para contemplar el espectáculo más esperado del día, junto con los millares de ojos, que así como los míos, aun no podían cerrar por el sueño perdido en una mañana de domingo. El color naranja, que se iba degradando hasta que el amarillo claro se perdiera por el azul infinito, no llamaba tanto la atención como el sol que parecía una inmensa naranja flotando en el cielo. Después de mucha lluvia y nubes grises que por tantos días escondió ese espectáculo tan espectacular, pude sentir el calor que a tanto tiempo ya no sentía. Pude ver los rayos de sol, que sin pedir permisión, pero muy bienvenidos, entraban por mi ventana y hacían reflejar en la pared los corazones de mis móviles que están colgados en mi techo.
Me acosté otra vez para ver si finalmente iba conseguir dormir… puse mi cabeza sobre mi almohada y algunos pensamientos muy lejanos se apoderaron de mi mente y de mi corazón. Por fin encontré mi sueño que estaba bien escondido entre una almohada y otra, y cerré mis grandes ojos castaños, mientras mi mente y mi corazón estaban a millones de kilómetros de aquí… Finalmente, después de tantos intentos, pude dormir tranquila y soñar.
Foto: Rosie Hardy
Foto: Rosie Hardy
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